Dr. Otto Federico von Feigenblatt, Director del Departamento de Posgrados en Educación y Psicología, División Latina, Keiser University
El futuro es el pasado y el pasado es el futuro. La historia de la filosofía de la educación es cíclica y muchos de los retos a los cuales nos enfrentamos en el siglo XXI tienen ecos de debates del ayer. El miedo a la introducción de la mecanografía y posteriormente de las computadoras en el campo de la educación tienen un tono muy similar a las sirenas de alarma contemporáneas sobre la creciente ubicuidad de la inteligencia artificial y en particular en relación con el famoso ChatGPT. Debemos recordar que cada una de las disrupciones tecnológicas previamente mencionadas fueron debatidas entre escuelas filosóficas de la educación con un énfasis en el posible efecto que pudieron tener en la calidad y naturaleza de la educación. Por ende, los debates fueron más que todo sobre la esencia de la educación y no sobre su forma.
El presente debate sobre el posible impacto de la inteligencia artificial en la educación, y en particular la polarizada reacción de la comunidad educativa en relación con el lanzamiento del Chat GPT se puede enmarcar en los mismos debates filosóficos del pasado. El miedo de que la introducción de la mecanografía podría afectar la escritura de los estudiantes. El miedo de que los revisores de ortografía automáticos convertirían a generaciones de estudiantes en analfabetos funcionales. Y el miedo actual de que ChatGPT completaría el proceso de destrucción quitando la necesidad de escribir y pensar.
Al igual que la introducción de la mecanografía no resultó en el fin de la literatura, ni los revisores de ortografía en la destrucción de la poesía, el efecto del ChatGPT no será tan dramático como muchos alegan. La respuesta a la radical e importante pregunta de cómo adaptar la educación para la creciente ubicuidad y accesibilidad a la inteligencia artificial no se revelará en el futuro lejano, pero es más probable que la encontremos en el pasado. Sócrates contestaría esa pregunta con otra pregunta, utilizando el clásico método socrático. Lo importante no es enseñarles a los estudiantes cual es la respuesta correcta pero más bien cuales son las preguntas más adecuadas. La búsqueda de la respuesta correcta es un ejercicio fútil ya que los problemas que dieron lugar a la pregunta están en un constante estado de flujo y por lo tanto la respuesta varía constantemente dependiendo del contexto y la situación. Debemos enfrentar esta disrupción tecnológica con un renovado énfasis en la esencia de la educación. Enseñar a preguntar es en esencia enseñar a pensar. Un programa educativo que se enfoca en las preguntas y no en las repuestas no tiene nada que temer en relación a la introducción de la inteligencia artificial pero más bien tiene una herramienta más para propulsar la creatividad e innovación de los estudiantes.